"SED RICOS EN BUENAS OBRAS"
"SED RICOS EN BUENAS OBRAS"
Reflexion del dia 4/11/2025
Reflexion del dia 4/11/2025
INTRODUCCION:
En el corazón del Evangelio late una afirmación que suele incomodar, y que muchas veces se usa como slogan politico.
"Dios tiene una preferencia por los pobres."
Vamos tratar de esclarecer en esta reflexion este punto, poniendolo en su justa verdad del mensaje evangelico.
Esta frase no quiere expresar un romanticismo social ni de una oposición mecánica entre “buenos pobres” y “malos ricos”. Tampoco es un programa político ni una condena económica. La pobreza que Jesús pone en el centro es, antes que nada, una condición del corazón.
El Papa Francisco en Dilexi te retoma este punto con una claridad luminosa: el amor de Dios es origen y meta de todo, y ese amor se vuelve concreto cuando toca la vida de quienes están heridos, marginados, agotados o solos. Allí —en lo que falta, en lo que duele, en lo que está incompleto— Dios se revela.
Pero la paradoja aparece rápido:
Si la pobreza es tan valiosa, ¿por qué el pobre desea salir de ella?
¿Hay algo incoherente en eso?
En realidad, no.
Porque lo que el Evangelio valora no es la escasez, sino la humildad radical, la conciencia de que no nos salvamos solos. El pobre desea vivir mejor —como cualquiera—, pero su experiencia de límite, dependencia y necesidad, si es creyente, lo vuelve más permeable a la verdad fundamental: necesitamos a los demás, y necesitamos a Dios. La riqueza, por el contrario, puede convertirse en un espejo que refleja solo al propio yo. Cuando eso ocurre, deja de ser un bien y se transforma en muro, y el pobre puede convertirse tambien en un ser egoista aspirando solo a eso.
El cristianismo no cuestiona al rico por tener, sino por creer que lo que tiene lo explica, lo justifica o lo absuelve de todo.
Lo que se cuestiona es la ilusión de autosuficiencia.
La pobreza como lugar de revelación
Dilexi te insiste: el amor cristiano no es teoría ni sentimientos.
Es gesto, es cuerpo, es historia, es sangre.
Si la fe no se convierte en compasión, se seca.
La pobreza —material, emocional, espiritual, cultural— es puerta de acceso al misterio porque hace visible la fragilidad humana. Y donde hay fragilidad, el corazón puede volverse más verdadero.
La primera comunidad cristiana lo entendió con naturalidad:
“No había entre ellos necesitados.”
(Hch 4,34)
No porque todos fueran austeros por ascetismo, sino porque el amor circulaba. La caridad no era una actividad: era el modo de ser Iglesia.
Si hoy la Iglesia pierde fuerza cuando habla, es porque habla más de lo que abraza.
La diferencia entre tener y ser
Lo que puede dividir espiritualmente al pobre del rico no es la cuenta bancaria, sino la dirección del deseo.
La pobreza evangélica es libertad interior.
Se puede ser pobre y estar atrapado por la codicia.
Se puede ser rico y estar libre de ella.
El problema no es poseer, sino ser poseído.
Por eso Jesús no dice: “Bienaventurados los miserables”.
Dice:
“Bienaventurados los pobres de espíritu.”
Los que saben que la vida no se sostiene sola.
Una Iglesia que se deja herir
El capítulo sobre el Corazón de Cristo en Dilexi te es decisivo:
Amar como Él amó es exponerse a la herida, al cansancio, a la decepción, a la entrega que no calcula. No es heroísmo, es verdad.
La Iglesia —y cada creyente— solo es creíble cuando sufre con el mundo sin dejar de amar al mundo.
La espiritualidad cristiana no consiste en “ser fuertes”, sino en permanecer abiertos.
Quien ama desde el Corazón de Cristo no huye del dolor ajeno.
Se acerca, toca, sostiene.
Sin discursos, sin explicaciones, sin superioridad.
Simplemente presencia.
La alegría como signo final
La verdadera prueba del amor no es la intensidad del sacrificio, sino la alegría que queda después.
La alegría cristiana no es euforia ni optimismo:
es la paz de haber dado lo que había que dar.
Es la libertad de no necesitar ganar.
El gozo de no estar solos.
La certeza de que amar tiene sentido, incluso cuando no cambia nada afuera de inmediato.
Cuando el amor se vuelve don cotidiano —mirada, pan, escucha, tiempo—, la vida adquiere una densidad distinta. Algo se pacifica. Algo se ordena. Algo se aligera.
No es magia.
Es verdad. Es Cristo obrando a traves de uno.
Conclusión
Dios no exalta la pobreza material ni condena la riqueza.
Dios mira el corazón.
La pregunta que atraviesa el Evangelio es simple, directa, ineludible:
¿Dónde está tu tesoro?
¿En lo que acumulás, defendés o exhibís?
¿O en lo que sos capaz de compartir?
Porque allí donde está el tesoro,
allí —inevitablemente—
está el corazón.
Y allí está Dios.
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