Vida Rica, Vida Pobre
Vida Rica, Vida Pobre
"Una vida rica es la que florece desde nuestro don, no la que prospera a
costa del don ajeno. Porque somos finitos, y al final no cuenta lo que tuvimos,
sino lo que fuimos fieles a dar."
Por Felisindo Rodriguez asistido por IA
La trampa de la riqueza y la promesa de felicidad
Aspiramos a ser
ricos pensando que así alcanzaremos la felicidad. Pero la vida no nos garantiza
ni lo uno ni lo otro. La historia reciente, y particularmente la experiencia de
nuestra civilización occidental, nos demuestra que el éxito económico no
necesariamente va de la mano con la realización personal ni con una sociedad más
justa. La riqueza externa puede coexistir con una pobreza espiritual
devastadora, y muchas veces lo hace.
En una entrada
anterior de este blog, "Homo Sapiens Imperfectus", señalaba cómo la
humanidad, creyéndose en la cima de la evolución, aún no ha resuelto el dilema
de administrar los bienes con equidad. Mientras una parte del mundo se pierde
en un consumismo desenfrenado, otra sobrevive sin lo mínimo. Esta paradoja no
es accidental. Responde a factores múltiples: biológicos, culturales,
económicos y psicológicos, todos entrelazados en una tensión creciente que nos
empuja a la polarización, al conflicto y a la deshumanización.
El cerebro primitivo y la manipulación de masas
Desde el plano
biológico, seguimos bajo el dominio de estructuras cerebrales primitivas.
Nuestro "cerebro reptiliano", como lo llama la neurociencia, responde
con fuerza a impulsos básicos cuando es estimulado, especialmente si se apela
al miedo o al deseo. No es casual que tantas estrategias de marketing,
propaganda y manipulación ideológica apunten precisamente a esos centros
cerebrales más arcaicos. Basta un estímulo bien dirigido, una carencia real o simbólica,
para despertar comportamientos gregarios, competitivos, incluso destructivos.
Como advertía aquella frase tan cruda como certera: basta un rasguño para que
aflore la fiera.
El mercado como ideología y la ilusión del tener
La psicología
social y la historia también lo demuestran. Sociedades enteras han sido
llevadas al abismo por ideas sembradas en sus mentes, aceptadas como verdades.
El nazismo es un ejemplo brutal, pero no el único. Hoy, las mismas técnicas de
manipulación se emplean para fomentar el consumo, esclavizando mentes sin que
las víctimas lo noten. Compramos no porque necesitemos, sino porque creemos que
eso nos dará identidad, estatus, seguridad. Vivimos muchas veces bajo la
ilusión de que tener más es sinónimo de valer más. Así, el mercado convierte a
las personas en consumidores perpetuos, y al alma en un recurso explotable.
La Religión domesticada y fe escondida
Las religiones,
que deberían ofrecer un anclaje moral profundo, han quedado muchas veces
atrapadas en sus estructuras, perdiendo su fuerza transformadora. El
cristianismo, con su propuesta del hombre nuevo de San Pablo —íntegro, fiel a
su don, generoso y amante de la verdad— parece hoy un ideal olvidado por la
mayoría. Sólo pequeños grupos, religiosos o laicos, continúan en esa búsqueda
profunda, en silencio, desde la coherencia personal y el servicio
desinteresado. No es que la fe haya muerto, sino que se ha replegado del
espectáculo y busca sobrevivir en lo profundo de lo cotidiano.
La Cultura del rendimiento y negación de la finitud
Mientras tanto,
la cultura dominante propone una vida rica en apariencia: éxito, bienes,
logros. Pero el alma queda pobre, y el ser humano vive como si fuera inmortal,
negando su finitud. El hacer ha desplazado al ser, y la virtud ha sido
reemplazada por el rendimiento económico. El tiempo se ha vuelto mercancía, y
la vejez, en vez de ser corona de sabiduría, se vive como un estorbo o una
negación de la muerte, en un hedonismo infantil e insaciable.
En mi reflexión sobre la esperanza, propuse otra forma de vivir: una fe activa, creadora, donde los bienes son medios, no fines. Donde el ahorro tiene valor, pero no la acumulación injusta. Porque muchas veces, la riqueza se construye sobre salarios precarios, sobre la vida explotada de otros, sobre sueños que no son propios sino impuestos. Vivimos en una cultura que confunde mérito con privilegio, eficiencia con justicia, y éxito con valor personal. No se trata de renunciar a los bienes, sino de devolverles su lugar. El dinero no es enemigo, pero tampoco debe ser dios.
La fecundidad del don: una nueva medida de riqueza
La verdadera
riqueza es la que nace del propio don, compartido con generosidad, cultivado en
el tiempo, y devuelto al mundo como fruto maduro. Una riqueza que no se mide
por acumulación, sino por fecundidad. Por aquello que hemos sido capaces de
inspirar, de construir, de entregar. Una vida rica no se cuenta por lo que
guardamos, sino por lo que dimos en libertad, en fidelidad a lo que somos.
Ese es el
llamado profundo de nuestra finitud. Saber que un día todo se acaba no es causa
de angustia, sino de lucidez. Porque precisamente al sabernos pasajeros,
podemos elegir con mayor claridad en qué vale la pena invertir nuestro tiempo,
nuestras fuerzas, nuestra inteligencia. Podemos renunciar a lo superfluo, y
apostar por lo esencial. La riqueza verdadera no tiene miedo del tiempo, porque
ya ha encontrado su sentido.
La Sobriedad, la justicia y el sentido: claves de una vida
plena
No se trata de
vivir pobremente, sino de vivir con sobriedad. No de renunciar al bienestar,
sino de evitar que el bienestar se transforme en tiranía. No de odiar al rico,
sino de recordar que el valor de una vida no se mide en bienes acumulados, sino
en dones compartidos, ya que al final, seremos lo que
hayamos dado.
Referencias:
·
https://finitytime.blogspot.com/2025/07/discriminacion.html
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https://finitytime.blogspot.com/2025/07/la-vida-una-responsabilidad.html
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https://finitytime.blogspot.com/2025/03/la-esperanza-hoy.html
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https://sindo1949.blogspot.com/2025/04/en-que-nivel-estas-viviendo.html
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https://sindo1949.blogspot.com/2025/04/niveles-existenciales-hacia-una.html
·
https://sindo1949.blogspot.com/2025/01/homo-sapiens-perfectus.html
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