La verdad disfrazada por los pícaros
La verdad disfrazada por los pícaros
«Cuando la libertad se convierte en eslogan, deja de ser camino y se vuelve coartada.»
Introducción
En los últimos días apareció en los diarios españoles ABC y El Mundo una publicidad institucional que, bajo el lema de "La Democracia es tu poder", enumeraba una larga lista de “poderes”: poder opinar, poder creer, poder no creer, poder abortar, poder casarte, poder cuestionar las noticias, poder cuestionar incluso el propio anuncio.
A primera vista, el texto parece un manifiesto democrático. Pero cuando se lo mira con cuidado, revela algo más profundo –y más peligroso–: una libertad reducida a eslogan, una democracia convertida en producto de consumo, un relativismo empaquetado como si fuese madurez cívica.
Lo que sigue es una lectura crítica: no para negar las libertades que allí se proclaman, sino para denunciar cuándo y cómo se usan para enmascarar la verdad, maquillar la responsabilidad y convertir al ciudadano en cliente.
1. Libertades sin brújula: cuando todo vale, nada vale
La publicidad enumera libertades legítimas, pero las desconecta de toda responsabilidad.
Se habla de “poder abortar”, pero no de “poder defender la vida”.
Se exalta “cuestionar a los poderosos”, pero no “cuestionar lo que está mal”, venga de donde venga.
Se habla de “cuestionar las noticias”, pero sin diferenciar entre falsedades y verdades incómodas.
El resultado es un texto que parece pluralista, pero en realidad está ideológicamente sesgado: selecciona libertades, omite otras y convierte el pluralismo en una lista de deseos políticamente correctos.
En sociología, esto se llama libertad sin criterio: un espacio donde cada elección es igual a la otra, donde no existe verdad compartida y donde la democracia se vuelve puro permiso.
2. La trampa del relativismo: del pensamiento crítico al terraplanismo
La publicidad celebra la idea de “cuestionarlo todo”, pero sin ofrecer herramientas para discernir.
Esa idea, que suena valiente, termina abriendo la puerta a la posverdad:
si todo puede cuestionarse por igual, entonces todo es equivalente.
Y cuando todo es equivalente:
-
La evidencia vale lo mismo que la opinión.
-
La ciencia vale lo mismo que un rumor.
-
La verdad objetiva queda sepultada bajo el “yo siento que…”.
Así se llega a creer en teorías marginales —terraplanismo, conspiraciones, negacionismos— porque si no hay criterio, todo es posible y todo da lo mismo.
El anuncio confunde pensamiento crítico con escepticismo sin fundamento.
Y esa confusión erosiona la democracia, no la fortalece.
3. La democracia no se sostiene solo en derechos
La pieza publicitaria exalta una colección de “poderes”, pero ignora la otra mitad: los deberes.
Sin hablar de responsabilidad, justicia, verdad o bien común, el mensaje queda incompleto.
Una democracia adulta necesita:
-
derechos reales, pero también límites éticos;
-
libertad personal, pero también compromiso con el otro;
-
pluralismo, pero también búsqueda compartida de verdad;
-
diversidad, pero también cohesión social.
Un gobierno que reduce la democracia a una lista de libertades sin contexto está construyendo un ciudadano consumidor, no un ciudadano libre.
4. ¿Puede un gobierno sentirse orgulloso de un texto así?
Orgulloso podría sentirse si esas libertades estuvieran garantizadas en la realidad, no solamente escritas en un cartel.
Pero lo más serio es que esta publicidad usa la democracia como escudo:
invoca la libertad, pero esconde bajo ella una narrativa parcial.
Convertir la libertad en propaganda es una forma sofisticada de manipulación.
No destruye la democracia desde afuera: la vacía desde adentro.
Conclusión: La necesidad de una verdad que no se disfrace
La democracia no necesita eslóganes; necesita verdad.
Necesita ciudadanos que sepan distinguir entre libertad y capricho, entre crítica y hostilidad, entre pluralismo y relativismo.
La publicidad quiere convencer al lector de que vive en una sociedad donde “todo es posible”.
Pero una sociedad donde todo es posible es, también, una sociedad donde nada importa.
La verdadera libertad no se proclama: se practica, se protege, se exige y se orienta hacia la verdad.
Lo demás —lo que queda reducido a un póster elegante y vacío— es apenas eso: un disfraz que los pícaros usan para hablar en nombre de la democracia mientras la desarman en silencio.
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