“De política y de religión no se habla!!!.”

“De política y de religión no se habla!!!.”

de Felisindo Rodriguez
18/11/2025

Introducción

Vivimos un tiempo extraño: cuanto más crece el conocimiento humano —sobre el mundo y sobre la interioridad—, más visibles se vuelven nuestras diferencias. Las grietas no son nuevas, pero hoy se multiplican en todas las dimensiones: ideológicas, culturales, económicas, religiosas. La paradoja es evidente: jamás supimos tanto de todo, especialmente de nosotros mismos, y sin embargo nos sentimos más distantes.

¿A qué se debe este fenómeno? ¿Es consecuencia de la globalización? ¿O es el resultado de una sociedad que expuso la intimidad pero perdió el marco para sostenerla?


La interioridad como punto de quiebre

El conocimiento de uno mismo es un logro de la modernidad. Pero ese logro trae un desafío: cuando la persona se descubre con más claridad —sus creencias, heridas, valores, convicciones y contradicciones—, la afinidad superficial deja de alcanzar. El vínculo no puede descansar solo en lo que se hace juntos; necesita apoyarse en lo que uno es.

Y allí aparece el problema: no siempre lo que somos coincide con lo que el otro es.

Durante décadas, muchos vínculos se sostuvieron sin tocar la profundidad. Vivíamos en comunidades más homogéneas, donde los grandes temas eran compartidos o no se discutían. Hoy, en cambio, la interioridad se volvió pública: todos opinan, todos se manifiestan, todos muestran su identidad, y la distancia se vuelve inevitable cuando no se comparte un suelo ético mínimo.


El ejemplo que revela la grieta: la amistad que no se atreve a serlo

Tomemos un caso sencillo y frecuente.

Dos amigos van toda la vida a la cancha. El ritual es siempre el mismo: el club, los colores, la pasión compartida. Un vínculo de años, aparentemente firme. Pero imaginemos que en algún momento deciden hablar de sus convicciones profundas: su manera de entender la justicia, la libertad, la vida, la fe, el sentido de la existencia. ¿Seguirían sintiéndose tan unidos?

A menudo la respuesta es no.

Por eso existe el viejo eslogan:
“De política y de religión no se habla.”

Pero esa frase, lejos de ser prudencia, revela un miedo: el miedo a que, si se expone el interior, el vínculo se quiebre. Entonces la amistad se refugia en lo superficial para no enfrentarse a la verdad.

¿Puede llamarse verdadera amistad un vínculo que necesita excluir lo esencial para sobrevivir?

La psicología social dice que no: una relación que solo se sostiene en un territorio neutro evita la intimidad, y sin intimidad no hay amistad, solo alianza funcional.
La filosofía confirma lo mismo: compartimos tiempo con muchos, pero la vida solo con unos pocos.
La sociología agrega que esta precariedad relacional es fruto de una época que privilegia experiencias comunes por encima de convicciones compartidas.


La globalización como multiplicador de diferencias

La globalización no crea las grietas; las vuelve visibles y permanentes.
Todo está a la vista: opiniones, creencias, ideologías. Antes lo distinto estaba lejos, hoy habita nuestro mismo espacio digital. Y lo que está cerca afecta.

Al hacer pública la interioridad, la globalización nos obliga a reconocernos distintos. Para algunos, esa diferencia es enriquecedora; para otros, amenaza. Las redes sociales exacerban este efecto: convierten cada discrepancia en un conflicto, cada matiz en una fractura.

El resultado es que muchos vínculos se refugian en lo mínimo común denominador —como el fútbol— y evitan la profundidad por miedo al desacuerdo.


El yo saturado y el nosotros en crisis

La psicología social describe al individuo contemporáneo como hiperexpuesto pero desorientado. Sabe mucho de sí, pero le cuesta integrar ese saber en vínculos estables. El exceso de identidad produce fragilidad: necesita reafirmarse frente al otro, en vez de abrirse al diálogo.

Cuando dos personas hablan de lo esencial, las diferencias se vuelven nítidas. Sin un marco ético que permita convivir con esas diferencias, el vínculo se resiente.
Entonces se opta por la táctica defensiva: hablar de nada para no arriesgarlo todo.

Pero no hablar de lo importante no elimina las diferencias: solo las vuelve invisibles e imposibles de trabajar.


Conclusión

El conocimiento interior amplifica la distancia cuando no existe un horizonte común que permita integrar esa diferencia.
La globalización expone; la psicología moderna desnuda; las redes polarizan.
El resultado es que vínculos que parecían sólidos se revelan superficiales.

La solución no es volver a ocultar las convicciones, sino reaprender a conversar.
Una sociedad madura no teme las diferencias; las integra.
Una amistad auténtica no se refugia en lo superficial; se anima a la verdad.
Y una comunidad sana no necesita eslóganes para evitar el conflicto; construye puentes para atravesarlo.

Solo así el conocimiento dejará de separarnos y volverá a ser lo que siempre debió ser: un camino de encuentro.


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