Homo sapiens utilis

 

Homo sapiens utilis
por Felisindo Rodriguez
6/10/2025

Introducción
En un artículo anterior titulado Homo sapiens imperfectus, exploré la influencia del cerebro primitivo en la conducta humana y cómo las pulsiones instintivas moldean nuestras decisiones, muchas veces en detrimento de nuestra evolución como especie. En contraposición, mas adelante señalé la posibilidad de un Homo sapiens perfectus, un ideal de humanidad basado en la plenitud del potencial humano. Este ideal busca el equilibrio entre nuestras dimensiones biológicas, emocionales y racionales, permitiendo un desarrollo integral hacia una verdadera excelencia moral, espiritual y social.

Pero indudablemente este es un camino arduo, lleno de obstáculos. Y entre esos obstáculos surge la figura del Homo sapiens utilis: un ser humano reducido a objeto de mercado, modelado para consumir y ser, a la vez, esclavo de su propio consumo. El esfuerzo de quienes controlan estos sistemas de poder ha sido constante y sus frutos se evidencian. Transformar al hombre crítico, dueño de sí mismo, en una pieza maleable, dócil y funcional a los intereses económicos se ha convertido en el gran proyecto de nuestra época.

Las redes sociales han sido la herramienta clave. A través de contenidos estudiados, sistematizados y dirigidos con precisión, logran penetrar en la mente de millones de personas. Se trata de un entrenamiento silencioso y persistente, que educa más que la escuela y condiciona más que la familia. Lo inquietante es que este proceso comienza desde la infancia, cuando la conciencia crítica aún no está formada y la imaginación resulta altamente vulnerable.

El vehículo más eficaz ha sido el videojuego. No es casualidad: allí no solo se entretiene al niño, sino que se lo habitúa a estar horas frente a una pantalla, a recibir estímulos inmediatos y a actuar sin reflexión. La misión no es desarrollar creatividad, ni fomentar la paciencia, ni mucho menos la reflexión crítica, sino ocupar su mente. Mantenerla ocupada, dirigida y adormecida. La repetición constante de patrones, la exaltación de la violencia o del éxito instantáneo y el refuerzo de la recompensa rápida terminan por configurar cerebros que, al llegar a la adolescencia, son poco tolerantes al esfuerzo y fácilmente manipulables.

A este proceso de colonización mental se le suma la banalización del cuerpo. El mercado ha encontrado en la ornamentación —tatuajes, piercings, modas tribales, estéticas efímeras— un modo de generar la ilusión de singularidad. Sin embargo, lo que se promete como “expresión de lo único” se convierte en lo contrario: uniformidad. Jóvenes que creen distinguirse, pero que en realidad responden a una moda global, cambiante, diseñada para el consumo permanente. El cuerpo, en vez de ser expresión libre de la interioridad, pasa a ser un escaparate, un espacio de experimentación que poco tiene que ver con la autoestima o la identidad profunda.

El resultado es una paradoja inquietante: cuanto más se busca ser diferente, más se cae en la masa. La singularidad es vaciada de contenido y sustituida por la copia de tribus pasajeras. Y en ese proceso, lo que se sacrifica es la construcción de una personalidad auténtica, con valores sólidos y un desarrollo intelectual capaz de sostener la libertad interior.

A estas corrientes de manipulación se suman tecnologías que, más que herramientas de creación y desarrollo, son expresiones subliminales de traumas no resueltos. Programas como Reface Video, Pica AI Face Swap o Vidnoz Face Swap permiten intercambiar rostros en un video con solo subir una imagen propia. Allí las fantasías más extremas se proyectan como realidades digitales que, al confrontarse con la vida cotidiana, generan frustración y angustia. Lo mismo ocurre con la belleza artificial: ya no solo alcanzada con cirugías o botox, sino con filtros y ediciones digitales que crean un estándar inalcanzable. Todo sea para el espectáculo, para el circo. Así, personalidades débiles terminan creyendo cualquier artificio, pues ya casi no se distingue lo verdadero de lo falso.

Así se perfila el Homo sapiens utilis: un individuo funcional a un sistema que necesita consumidores dóciles, mentes ocupadas pero poco críticas, cuerpos ornamentados pero vacíos de sentido, y una juventud atrapada en el espejismo de la libertad, cuando en realidad vive bajo las cadenas invisibles de la manipulación cultural.

Conclusión
La pregunta que surge es inevitable: ¿queremos aceptar esta condición de seres útiles, moldeados para consumir, o estamos dispuestos a recuperar la dignidad de nuestra humanidad? El desafío no es menor, pero tampoco imposible. La historia muestra que, en medio de sociedades alienadas, siempre emergen conciencias lúcidas capaces de abrir caminos nuevos. Educar en el discernimiento, fomentar la reflexión crítica y rescatar el valor de lo auténtico son gestos pequeños pero poderosos que resisten al sistema. Quizás allí se encuentre la esperanza: en cada decisión cotidiana que elige la verdad sobre la apariencia, la profundidad sobre la superficie y la libertad interior sobre la obediencia ciega. Porque si el Homo sapiens utilis es un destino inducido, el Homo sapiens perfectus sigue siendo una posibilidad real que depende de nuestra valentía para despertar.



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